César Malavé
En el marco del resultado de una demencial política económica y social, la costumbre se abre paso en medio de las dificultades y, la navidad va logrando entrar encogidamente en los hogares venezolanos. Lacónicas muestras de una celebración que no escapa de la tristeza que hoy embarga la realidad nacional. El desastre es de tal magnitud que tener algo para las festividades es un verdadero milagro. Vemos tiendas llenas de presentes que pocos compran, la gente trata de estirar su presupuesto para asirse de lo indispensable para seguir viviendo, es tan grave el cuadro que definitivamente es el hambre el gran invitado a la mesa del venezolano. Por supuesto que hablamos de un convidado indeseable, casi un ser mitológico que vino para asolar la pradera entera. Su presencia relata la verdad de una crisis devastadora que viene torciendo el rumbo. La batalla que se produce en las paredes estomacales la va ganando por escándalo, el mayor fracaso gubernamental se siente en el pueblo que sufre esta pesadilla.
Las promesas oficiales de una independencia agroalimentaria fueron una treta para buscar adeptos en las densas zonas en donde campea la penuria, son este segmento de la población el más vulnerable al ardid gubernamental; las situaciones que le abruman son cauterizadas por un cúmulo de promesas que no llegan a materializarse. Juegan con sus necesidades hasta transformarlos en títeres de sus locuras. Son ese ejército que llevan a sus manifestaciones, sus rostros compungidos denotan que son arrastrados por la necesidad; son los vilmente manipulados como carne de cañón de los estafadores de sueños. Alguna bolsa de comida para disimular sus gritos desesperados, hijos de un proyecto manipulador que busca la perpetuidad de sus aberraciones. Un país consternado y anhelante de tiempos mejores hace malabares dinerarios para tener por lo menos una noche buena, con la mirada puesta en un cambio en 2020.
Contentos son los que acampan en el poder y sus cercanías, en tanto los descontentos son la gran mayoría. La lucha por un futuro mejor, sin los infortunios que ahora se viven, no va a cesar. Es un compromiso que tiene dimensión existencial. La esperanza estimula el esfuerzo y la natividad de Dios lo alimenta. En medio de este ambiente de aspiraciones y restricciones, la temporada navideña de este año, se proyecta como la de mayores ironías para las familias venezolanas: El país se ha dolarizado de facto y el usurpador lo celebra, las tiendas exhiben un sin número de cosas, pero falta el poder para adquirir los productos que tradicionalmente se compraban en la época decembrina y que es parte de nuestras ancestrales costumbres familiares.
Sólo la presencia de Dios, por la reminiscencia de su natividad, podrá darnos una noche de paz en medio de tan severas dificultades, seguramente en millones de hogares venezolanos las carencias alimenticias se harán manifiestas en mesas en donde escaseará casi todo. Hallacas sin el robusto contenido de otrora, panes de jamón tan discretos que se asemejarán a los cachitos, ni hablar de perniles, gallinas rellenas etc. Las bebidas con mayor reputación conseguirán un outsider en las caricias del agave ancestral, y hasta la cerveza logró un escalafón difícil para el bolsillo arrasado por la revolución bonita. La noche de paz se sostendrá, a pesar de la pelazón, los que si disfrutarán con todos los contornos son los boliburgueses: los grandes potentados del régimen disfrutaran del gran festín de robarse al país.
@cesarmalave53